12:30: Lunes. Llego corriendo al restaurante con el tiempo justo para cambiarme y comer algo antes de empezar la jornada.
Como todos los días Mamadou está en la cocina, viste su camisa y gorro blanco que acentúan su oscura piel. Me saluda con una sonrisa de oreja a oreja desde el otro lado de la barra de la cocina preguntándome que comeré hoy.
Tengo prisa, apenas me dará tiempo a nada, supongo que una ensalada me bastará, lo malo es que las ensaladas para los empleados son un poco de lechuga, tomate y aliño.
No hay problema, él conoce un truco: huevo cocido y pollo abajo, encima un buen montón de lechuga y tomate para disimular.
"Cuidado no se de cuenta el jefe", me guiña el ojo y vuelve a sonreir.
Parece una persona muy alegre. Como ayudante de cocina su trabajo consiste en sacar comida y poner los platos en la bandeja del camarero (camarera en mi caso).
Yo solo estoy allí de paso, un par de meses o tres como mucho, necesito el dinero para pagar la matrícula de la universidad.
Coincidimos a la salida y nos vamos juntos en el metro.
Al principio parece que nos cuesta sacar conversación, la mía nos es muy imaginativa y le cuento por que estoy allí. Por decir algo le pregunto si le gusta su trabajo, si tiene planes mejores.
"Llegué a España hace cuatro años. Vine en patera como tantos otros. Conseguí llegar a Madrid después de tres meses vendiendo cartones de tabaco en la costa. Después vendía discos pirata en el metro, en Sol, por los bares... dónde podía. Aquí estoy contento, tranquilo, ya tengo papeles, y sí, me gusta lo que hago. Ya no tengo que correr cuando veo a la policia, soy "legal", todos los meses tengo una nómina y se que puedo dormir tranquilo".
Sus ojos me indican que es féliz.
Publicado por
Laura
1 comentarios:
Que poco necesitan algunos para ser felices y que monton de cosas necesitan otros para ser infelices.
Muy bonito, da que pensar.
Besoso
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