El primer escalón fue siempre el más difícil. No por su altura, igual a la de los demás, ni por ningún otro aspecto físico. Más bien, por ser el primero. El inicio, el primer obstáculo.
Muchos nunca han logrado superarlo. Tener las fuerzas suficientes para subirlo y mantenerse allí, y luego seguir subiendo; o las fuerzas necesarias para tras caer, levantarse y volver a afrontarlo.
Muchos más ni tan sólo se atrevieron a intentarlo.
Otros, al igual que él, consiguieron hacerlo. Superar ese escalón inicial. En el primer, segundo o incontables intentos, pero lo importante es que lo consiguieron. Y tras éste, los demás peldaños de la escalera les parecieron no menos peligrosos, aunque sí más asequibles después de la experiencia adquirida al haberse enfrentado al primero.
Ahora él se encontraba en el segundo escalón. Había llegado incluso al tercero, pero cometió un error que le hizo resbalar y, por suerte, no caer al principio, al inicio, a la impotencia de no haber conseguido avanzar nada, sino que aguantó en el segundo, y se afianzó allí, al menos, por un tiempo.
Eran tres los escalones que había logrado alcanzar, de una escalera cuyo final no podía apreciar. Frustrante quizá, pero había decidido no abandonar, no dejarse caer. Era lo más fácil. Además, siempre podía volver atrás, pero eso era algo que no quería hacer. Prefería la incertidumbre del futuro, los peldaños que le quedaban escalar, a la certidumbre de un pasado que no le satisfacía.
Recuperó fuerzas e intentó proseguir. Todo cuanto deseaba era llegar al final, superar cada escalón que podía hacerle tropezar. Y aunque no veía mucho más allá de unos cuantos metros, esperaba encontrar algún descanso a lo largo de aquella subida, o, por qué no, algún escalón de bajada que le ayudase en su camino.
No todo en la vida eran peldaños cuesta arriba, aunque hasta entonces así habían sido los momentos que él había logrado, en parte, dejar atrás. Por suerte, ahora existían ascensores y otras formas de afrontar una subida. Eran como amistades que le llevaban en volandas hasta dónde fuese necesario. Pero casi nunca las utilizaba, pues temía quedarse encerrado en alguna de ellas, confundir sentimientos y no poder ver más allá, o peor, perderlas, y hundirse, caer como por el hueco de un ascensor al desprenderse éste.
Prefería las escaleras, aunque ya casi nadie las utilizase. Dejar peldaños atrás y, con suerte, encontrar a alguien con quien compartir la subida. Con quien llegar al final y disfrutar de cada escalón superado, de cada logro conseguido.
Publicado por
Ana
4 comentarios:
Muy chula la historia guapa ;-)
Besos.
Gracias Laurita, es la vida, subir los peldaños uno a uno y si das un traspies volver a intentarlo y así hasta llegar más y más alto porque como ya sabemos la escalera de la vida no termina nunca.
besitos.
Joder hermanita que filosófica, tu lo has dicho como la vida misma pero que jodido es cuando te caes y bajas diez peldaños de golpe volver a levantarte, venga con un par...
Blogueros del mundo subid las escaleras hasta el final.. ja, ja, ja
Besos
Pues sí hermanito, como no tenemos otra cosa que hacer en la vida caer y volver a levantarse una y otra vez. Arriba con un par o dos pares pero adeeeeelante.
besitos.
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